Marillion nos ofreció un gran espectáculo musical. Con una escenografía correcta, pero tampoco sin demasiados alardes, está claro que íbamos a escuchar música, no a una noche de fuegos artificiales, contra los cuales tampoco tengo nada, que conste.
Para un primerizo como yo, el concierto tuvo sus momentos eufóricos y también, debo de reconocerlo, momentos más letárgicos, estos últimos debido en gran parte a que no conozco toda la discografía de la banda. Tengo algunas cosas pendientes de su etapa más reciente.
La cosa está en que un tipo como Hogarth supo ganarme, y eso que de entrada su manera de desenvolverse en el escenario no me convenció. Tuve la sensación de que su actuación era demasiado histriónica y exagerada, hasta que comprendí que esa era su manera de hacer, de explicarnos las historias, de hacernos participes y cómplices de ellas. A partir de ese momento no pude más que rendirme a su carisma y entregarle la llave del castillo, ya tuvo en mi a un seguidor más, incondicional y entregado.
Toda la banda se mostró a un gran nivel, funcionando como una máquina perfectamente engrasado. Se notan los años de complicidad y de formación estable, Mosley estuvo muy preciso con la batería, si bien fue el miembro de la banda al que encontré más ausente, Kelly con los teclados fue el creador de atmósferas que todos conocemos y Trewavas se empleó a fondo con el bajo, hasta el punto de romper una cuerda del instrumento en un momento del concierto.
Un punto y aparte merece Steve Rothery, brillante y magistral con sus guitarras. Parece que no esté, por su poco afán de protagonismo, pero la realidad es que él es el alma del sonido Marillion.
En definitiva, mi entrada en el universo de la banda en directo fue totalmente positivo, los vi como una formación muy consolidada y curtida en mil batallas, que sabe perfectamente lo que su público esperamos de ellos y que eso es lo que nos ofrece de manera emotiva y sincera.
Acompaño la entrada con unas fotos propias realizadas a lo largo de la velada, que soy consciente que no le hacen justicia a la calidad del evento, pero intentan captar las emociones del momento.
Os pongo la canción Neverland, que también marcó algunos de mis instantes más intensos.
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